«Subsuelo», de Marcelo Luján: asfixiante retrato de la maldad

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El idilio del premio Dashiell Hammett con los escritores argentinos continúa; a la brillante nómina de premiados en ediciones anteriores como Guillermo Orsi (2010; “Nadie ama a un policía”), el malogrado Ricardo Piglia, recientemente fallecido (2011; “Blanco nocturno”) o Guillermo Saccomanno (2013; «Cámara Gesell»), ahora viene a sumarse Marcelo Luján con su novela «Subsuelo», una obra que, desde mi humilde punto de vista, trascenderá. Concretamente tomando la trascendencia en su acepción transitiva referida al de sobrepasar límites. Límites de tiempo, de países, de modas. Porque es buena. Muy buena. Vaya si lo es.

Tomad asiento que empiezo.

Lo primero que haré será poner en situación al lector de esta entrada al respecto de la figura de Marcelo Luján. Argentino del 73 y residente en España desde hace ya 17 años, Luján tiene una trayectoria literaria increíblemente brillante. Por poner un ejemplo visual, diríase que Luján es una especie de Mike Tyson narrativo. De los que empiezan fuerte y siguen fuerte. Y es que empezó con el libro de cuentos Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife 2003), luego llegó En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006), y posteriormente El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2007). Luego llegarían sendos libros de prosa poética (Arder en el invierno y Pequeños pies ingleses). Y, por último, las novelas. De momento, en lo concerniente a este último ámbito, Luján, siguiendo con el símil pugilístico de Tyson, ha lanzado tres golpes. Sólo tres golpes. Pero qué tres golpes. Contundentes. Inapelables. Su tarjeta de presentación fue “La mala espera”, que resultó ganadora en el Certamen de novela negra de Getafe en 2009. A ella le siguió “Moravia”, que obtuvo una gran acogida de crítica y público, y ahora, con “Susbuelo”, con su última incursión literaria, el argentino acaba de tocar el cielo literario de lo noir en España con la consecución del premio Dashiel Hammett, el más codiciado galardón literario en materia de novela negra del país y al que, año tras año, concurren infinidad de excelentes obras. Y lo ha hecho con una novela densa, turbia, sórdida, negra, negrísima en esencia, pero muy alejada de los cánones clasicistas de la novela negra policial o detectivesca. Porque en Subsuelo no hay un crimen que requiera de una investigación policial. Porque en su novela no hay pistas, ni pesquisas, ni líneas de investigación, ni giros asombrosos. Porque no es una novela planteada al uso clásico de presentación, trama y desenlace. Porque, desde ese punto de vista, podría catalogarse como una novela lineal, donde todo cuanto sucede lo hace de forma cadenciosa, como natural, a pesar de moverse siempre a través de un mar donde reina una calma tensa. Tensísima.

No quiero que ésta sea una entrada al uso porque Subsuelo no es, ni mucho menos, una novela al uso. No pretendo realizar una reseña sino más bien una disección, porque a pesar de su relativa brevedad, Subsuelo atesora tal carga de mensajes, de metáforas, y de guiños al lector, que creo que merece ser analizada así. Y a ello voy.

No pienso destripar la novela. Su argumento. Simplemente realizaré una breve semblanza de sus líneas maestras. Se presenta en Subsuelo, como punto de partida, una escena vacacional alegre, festiva, desenfadada, donde unos padres disfrutan de una cena en el interior de una casa ubicada en una finca que posee una piscina. Y ahí, en esa piscina, están los hijos de aquéllos. Adolescentes. Despreocupados. Ajenos a que una suerte de casualidad va a cruzarse en su vida, sin que ellos lo sepan (como sucede con todas las desgracias a las que los hombres hacemos frente en alguna ocasión), y uno de ellos va a morir en un fatal accidente de tráfico momentos después, desencadenándose una situación que marcará sus vidas para siempre.

Después de esta sucinta presentación de los hechos que articulan el fluir de la novela, sobreviene un increíble ejercicio narrativo de Luján, quien articula las frases y los párrafos en una especie de marea narrativa. Las acciones, y los pensamientos, como si de un cadencioso oleaje se tratara, van y vienen, del presente al pasado, del pasado al futuro y del futuro, de nuevo, al presente, conformándose un texto donde los flashback adquieren un papel protagonista y donde es la historia, a fin de cuentas -y no los personajes- la que marca el tempo narrativo. Todo ello, claro, suministrado con el peculiar cuentagotas de Luján, quien, bajo la tutela de su narrativa, va desgranando las acciones mientras suministra las claves poco a poco, aguantando siempre una tensión formidable. Ciertamente, a este respecto es digno de destacar la valentía de Luján a la hora de tomar ciertas decisiones narrativas. Me refiero, sobre todo, a que en un texto de estas características, donde la historia, en sí misma, es un elemento superestructural, el autor se hace valer de un narrador de los denominados de tercera omnisciente (con todas las dificultades añadidas que ello implica en un texto en el que el concepto de “anticipo” juega un papel tan capital) y decide, más que narrar, dialogar con el lector. Y todo ello en una novela negra donde, además, no importa tanto el qué o el cómo sino el porqué. Sí, porque Subsuelo no es una novela de digestión fácil. Conforme la vas leyendo, te sumerges en un mundo sórdido, turbio, mezquino, hostil, miserable. Y solo cuando has terminado de leer el libro, cuando ya se ha posado, es cuando empiezas a comprender muchas cosas. Porque Subsuelo no es solo una novela que narra la turbia relación de dos mellizos que comparten un secreto inconfesable. No. Ésa es la epidermis. Pero lo que está debajo, lo que no se ve, es lo realmente turbador. Porque Subsuelo es una historia dura, durísima, pero perfectamente creíble. Está protagonizada por gente normal, como la que nos cruzamos cualquier día por la calle, y eso es lo que asusta. Pensar que puede suceder porque no es descartable, ni inverosímil, que pueda suceder. Y ahí es donde radica la redondez de Subsuelo. No necesita Luján plantear una historia extraña, rocambolesca, ni ubicarla en un emplazamiento bizarro. No. Le basta, simplemente, con juntar a varias personas en una finca en un lugar indeterminado de la que solo conocemos que está rodeada por un bosque de abedules, que delimita con una pista que va a parar a una carretera, y que tiene una piscina. Nada más. Y, a pesar de ello, a pesar de que el marco elegido es eminentemente campestre, abierto en la naturaleza, el hecho es que la historia parece que transcurra en un sitio sumamente cerrado, como si de una extraña suerte de claustrofobia se tratara. He aquí, en este detalle, otro de los puntos fuertes de la historia; el de la maestría de Luján para, en medio de esa profilaxis, ser capaz de podar más y más el paisaje, y el escenario, en aras de lograr la pureza. Para qué ambientar la novela en una ciudad bulliciosa, parece transmitirnos este libro; para qué viajar a sitios, o tiempos, donde el atrezzo visual restaría fuerza a la narración. Menos es más, reza un sabio axioma literario. Y Luján lo aplica a la perfección. Al igual que sucede en el ámbito cinematográfico con películas como El método, La habitación de Fermat o Cube, Luján ubica la acción en un único lugar, y le basta y le sobra para conseguir llenar al lector de angustia, de claustrofobia y hasta de miedo. Sí, de miedo, pero no por lo que en la novela se narra, sino, precisamente, por lo que no se narra. Por lo que se imagina. Por lo que, una vez leída, de ella se detrae: evidenciar que la adolescencia es una fase visceral del ser humano donde las pasiones y los sentimientos se desbordan, donde dichas pasiones o sentimientos muchas veces se materializan en acciones carentes de la medida, o del raciocinio, que inyectan en la psique el poso, y el paso, de los años. Constatar, por ejemplo, que desde el punto de vista de las nuevas tecnologías, los adolescentes tienen acceso a todo, a absolutamente todo, desde los contenidos más excelsos hasta la freza más asquerosa, a golpe de clic. Ser consciente de que, como en una ensalada por todos estos ingredientes conformada, los adolescentes pueden tomar decisiones de toda índole que dependerán, simplemente, de su manera de ser. Y lo más escalofriante: Tener la certeza de que, como padres, y a pesar de haber llevado a los hijos por la senda de lo correcto y lo éticamente bueno, nunca eres capaz de saber al ciento por cien cómo es, qué hace, qué piensa, tu hijo.

Sí, eso es Subsuelo. Un viaje a lo más profundo y sórdido de la mente humana. A la mente de Fabián, en primer lugar, quien utiliza su minusvalía, y el conocimiento del secreto que comparte con su hermana Eva, como herramientas de poder sobre ella, obligándola a hacer las más atroces acciones que jamás podrían imaginarse en una relación fraternal. También un viaje a la mente de Eva, a su sentimiento de culpa, a su incapacidad de hacer acto de contrición, o de expiación, y poner punto y final a la espiral de sordidez en la que se halla. Y, cómo no, un viaje a la mente de Mabel, su madre, personaje fundamental en la novela y piedra angular de la narración por cuanto todo cuanto sucede, lo que no sucede o simplemente lo que subyace o se intuye tiene algo de tangencial con ella. Ya se encarga, además, Luján, de dar redondez a este personaje construyéndolo a base de una firmes pinceladas bajo cuyo trazo se advierte, o se imagina, toda una serie de detalles que conforme avanza la lectura a uno bien pudieran pasarle desapercibido. Ese retrato de una mujer valiente y templada que, a pesar de estar casada, vive con la espada de Damocles de su pasado pendiendo siempre sobre su cabeza; con la losa de saber que su gran amor, al que nunca ha podido olvidar, dio la vida por ella. Ese retrato de una mujer argentina que se intuye que fue ella quien eligió el nombre de sus hijos, Fabián, un nombre muy habitual en el país suramericano, y Eva, un nombre con una fuerte carga ideológica en el país por cuanto su solo nombramiento evoca a Eva, Evita, Perón. Ese retrato de una mujer cuyo amor de madre le lleva a salvar a su hija por más que ello implique ser la guardiana custodia, para siempre, de un secreto inconfensable que no es otro que el que Fabián usará para coaccionar a su hermana. Ese retrato de una mujer que, una vez inoculada, en forma de trágico accidente, esa gota de veneno que emponzoña la tranquilidad inicial, avanza por el relato tratando de cohesionar unas partes ya rotas, tratando de ejercer de pegamento en una familia, esa institución que, en realidad, es el núcleo y el origen de todo, pero que en esta obra se advierte como la contenedora de miserias y secretos.

Puede que Subsuelo no sea una novela negra al uso, o por lo menos al uso de lo habitualmente entendido como novela negra, de corte policial, de crimen, investigaciones y pesquisas, pero Subsuelo es, sin duda, una novela negra. Negrísima. Porque ahonda en algo tan negro como la maldad. Porque no solo es noir Pierre Lemaitre, Chesterton, Chandler, Doyle, Markaris, Ian Rankin o Vázquez Montalbán. Porque no tiene por qué haber un asesinato como tal para que algo sea novela negra. Porque, tal vez, la etiqueta de lo negro haya quedado ya obsoleta por cuanto lo noir, narrativamente hablando, ha sabido despegarse de la etiqueta de lo detectivesco y ha abierto su puerta a novelas donde una voluntad, un pensamiento o simplemente una coyuntura que articulen un texto pueden tener toda la negrura de una novela negra. Porque tan malo, tan peligroso, tan sórdido, tan manipulador o tan inquietante puede ser un asesino que clava un cuchillo que un adolescente, como en el caso de Fabián en Subsuelo, con maldad. Con, por decirlo de alguna manera cruda y directa, cáncer de alma.

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Marcelo Luján (izq.) y un servidor, luego de finalizada su charla en el Festival Aragón Negro.

Podría seguir hablando de Subuelo mucho más. Podría ahondar en el papel de las hormigas a lo largo del relato, que actúan como una especie de Oráculo de Delfos, o hablar del agua como protagonista accidental, lleno de simbolismo; ese agua, ese elemento líquido conductor de vida, ese líquido amniótico donde los mellizos nadaran antes de nacer, o ese otro agua, el de la piscina, que juega un rol capital a lo largo, y al final, del relato. Podría hablar de éstas y otras muchas cosas más, pero no quiero excederme más de lo que ya lo he hecho. Solo, tal vez, aportaré un par de pinceladas hiperbreves. La primera, que Subsuelo es una novela que si no las has comprado, o leído, no sé a qué carajo estás esperando para comprarla, o leerla. Y la segunda, que tuve el grandísimo placer de coincidir con Marcelo Luján en una charla del Festival Aragón Negro  y cuando terminó me fui con tres certezas. La primera, algo que ya sabía luego de haber leído Subsuelo: que es un escritor estupendo. La segunda, que Luján tiene una vasta y solidísima base cultural, lo que le confiere una potencia narrativa sin parangón. Y la tercera, que nada tiene de tangencial con la literatura propiamente dicho pero que a mí me parece digna de destacar, y es que Luján me pareció un tío cojonudo. De ésos con los que te echarías un par de cañas para seguir departiendo sobre literatura. Aunque indefectiblemente acabásemos hablando sobre fútbol. Que es argentino. Y ya se sabe qué sucede con los argentinos.

Lo dicho. Comprad Subuelo. Leed Subsuelo. Y quedaos con su nombre. Sin duda, dará (seguirá dando) de qué hablar.

Salud y cultura, amigos.